sábado, 28 de julio de 2018

Testimonios de alumnos I


¿Por qué la docencia?
Luego de pasar por otro ámbito distinto y experimentar estudiando una carrera nada relacionada con la docencia, padeciendo constantemente, comencé a preguntarme por qué no escogí la docencia que era lo que yo quería estudiar desde que estaba en el colegio secundario. Concluí que fue por guiarme por los comentarios negativos con respecto a ser docente.
Después de largas reflexiones sobre si tenía vocación como docente llegué a la conclusión de que sí, así era. ¿Por qué? Porque  desde qué comencé a preguntarme cuál era mi vocación o a qué quería dedicarme note una gran  tendencia hacia la enseñanza y la educación. Aspiro a ser docente de Filosofía y creo que la filosofía y la enseñanza están relacionadas y que enseñando Filosofía  voy a explotar mi potencial, de hecho muchos filósofos fueron profesores o tuvieron discípulos, tal es el caso de Sócrates con Platón y este último con Aristóteles.
Dentro de diez años me veo trabajando de profesora y yendo y viniendo a los distintos colegios, sobrellevando la vida del docente y haciéndolo con mucho amor, teniendo varios cursos bajo mi responsabilidad y siendo claro ejemplo de que la Filosofía y la mujer se pueden llevar bien también.
Natalia Chávez
 
                                                                                                                                                                 



“El objetivo de la educación es la virtud y el deseo de convertirse en un buen ciudadano.” - Platón


Saludos cordiales a los lectores, me presento ante ustedes con el propósito de compartir los motivos por los cuales hoy en día decidí iniciar la carrera docente. No mucho tiempo atrás, me encontraba finalizando el Nivel Secundario, donde me encontraba en una situación ambigua con respecto a la educación. Mi pregunta cotidiana acerca de la escuela en aquel entonces era ¿Por qué estoy en este trayecto de aprendizaje? ¿Con qué fin mis padres decidieron que yo lo recorriese? Estas preguntas fueron encontrando su sentido no mucho tiempo antes de que termine mi ultimo año de concurrencia.
En el último año de mi trayecto escolar, tuve la suerte de conocer a una profesora muy importante en lo que es hoy mi vida, correspondiente a la materia Filosofía. Aquí es cuando logré rescatar la importancia de la docencia y el sentido de la escuela y mis gustos por la misma empezaron a enaltecerse. La profesora, a partir de las distintas posturas filosóficas que fue abordando a lo largo del año, fue mostrándonos a los estudiantes cual era el sentido de nuestros días escolares, que sentido teníamos los estudiantes como personas, de que nos sirve ser o no mejores personas, y la importancia que tiene el hecho de  adquirir conocimiento.
Una vez terminada la etapa escolar Secundaria, me introduje en el Profesorado de Filosofía, no podía ser de otra manera. Ya que, a partir de la materia y mi visión sobre la educación, que corresponde a la importancia del enseñar, educar y transmitir valores, siento que es el camino adecuado para poder abordar mis pasiones. No duden de sus convicciones, usen su capacidad de razonar para poder elegir el mejor camino considerando sus posibilidades.
Ahora bien, una vez compartida esta anécdota, quiero contarles como me veo en el futuro como docente. Me imagino trabajando en escuelas donde los estudiantes comprendan el sentido de la escuela, y si no está claro, extenderé una mano para que se visualice. Hoy en día ya pienso actividades como salir a caminar mientras pensamos o romper con los esquemas de clase que tanto aburren a los alumnos, me imagino rodeado de buenos colegas llenos de pasión por la enseñanza y personas que disfruten de lo que hacen día a día.

Atte. Mauricio García

jueves, 26 de julio de 2018

Aristóteles y la educación

Aristóteles nació en el año 384 a.C. en Estagira, siendo su padre un médico que lo introdujo en los misterios de la medicina, y de quien va a tomar varios conceptos. Aun así, quedando huérfano en la adolescencia fue enviado a estudiar a la academia platónica. En este sentido, la influencia intelectual de dicha academia sumado a los conocimientos científicos, llevó al estagirita a fundar años después su propia escuela: El Liceo. Este nombre debe su origen al templo dedicado a Apolo Licio, ya que se encontraba cerca del mismo. Esta institución pedagógica fue la que durante años compitió con la Academia platónica, ¡Realmente un desafío para cualquier alumno! 
Asimismo, la escuela poseía un jardín por el que Aristóteles paseaba con sus discípulos, y es por esto que se los llamaba peripatéticos. De esta manera, cabe destacar que algunos miembros de dicha escuela fueron: Teofrasto, Aristóxeno, Sátiro, Eudemo de Rodas, Estratón de Lámpsaco, y Andrónico de Rodas, entre otros. 
El objetivo de este escrito es mostrarle al lector el rol de educador que tuvo Aristóteles en el s IV a.C. Haciendo un poco de historia, dicho filósofo fue llamado por Filipo II de Macedonia, padre de Alejandro Magno, para que educase a su hijo. El maestro, accediendo a tal petición le demostró la importancia de la poesía griega, siendo la lectura preferida la Ilíada, y a su vez, le encomendó ciertas bases sobre las cuáles debería construir su reinado, no olvidando el valor de la justicia y la retórica. 
Aristóteles y su manera de enseñar se pueden considerar como una manera de formar los caminos interiores de sus discípulos, a través de la búsqueda del conocimiento de uno mismo. Para esto es necesario tener en cuenta la moral, partiendo del conocimiento de la virtud y la práctica de la misma. De esta manera, el hombre podía trabajar y ser consciente de sus capacidades intelectuales. Esto último era algo muy benéfico para la polis ya que el parámetro de aquella época era el de ser un buen ciudadano. Es primordial encontrarse en un justo medio (razón) sin irse para ninguno de los dos extremos del vicio que uno es el exceso y otro la carencia. Esta razón se ve acompañada por cuatro virtudes cardinales, las cuales son: la prudencia (sentido de la ubicación) en la proporción adecuada, templanza (justo medio a los placeres del cuerpo), justicia y fortaleza. Estas mismas deben orientar la conducta humana. 

CONCLUSIÓN: 
Queremos compartir con el lector que nuestra tarea como filósofos, es mostrarles a las personas el valor que tiene la Filosofía para la vida, ya que para nosotras es la madre de todas las ciencias. En efecto en ella se encuentra una misión que es educativa ya que va a lleva en su esencia las bases para las demás disciplinas, y también va acompañada de un arduo proceso que lleva su tiempo. No obstante, lo bueno es que la Filosofía tiende a expandir no sólo la visión que tenemos acerca del mundo sino también el pensamiento. Por lo que consideramos que, el camino para afianzar al hombre a la educación es tener en cuenta la Ética como una base de la misma.

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Alejandro Magno y Aristóteles.

Julieta Arredondo & Sol María Carisimo Catolino

lunes, 16 de julio de 2018

Breve farmacología del lenguaje



Gorgias, el sofista recusado de la filosofía, el gran amante del λóγος, arrojó a la posteridad su tan denostado Encomio de Helena. Una vehemente apología de Helena, hija de Zeus, la que raptada por Paris es tenida por responsable de la Guerra de Troya. En medio de ello, la genialidad discursiva de Gorgias nos sorprende con intempestiva lucidez, cito:
“La palabra es un poderoso soberano que con un cuerpo pequeñísimo y del todo invisible lleva a término las obras más divinas. Pues es capaz de hacer cesar el miedo y mitigar el dolor, producir alegría y aumentar la compasión.”
                El lenguaje es una fuerza de origen espiritual e invisible cuyas consecuencias físicas y observables se exhiben cual espectáculo ante nuestros ojos. La palabra atrae, motiva la traslación de los cuerpos, las inclinaciones de la voluntad; por ella somos arrastrados como si embriagados por Ἔρως. Lo que importa no es la credibilidad, sino el deleite -señala Gorgias-, pues la potencia de la verosimilitud se ensancha con la huella del placer estético, calando fuerte en el alma. Sucede entonces que, desde antes de siempre, los poetas se arrojan al mar de las palabras porque en su vastedad divisan esperanza o vestigio alguno de su esplendor. El Génesis judeocristiano evidencia el poder que la voz divina (vox dei) tiene para traer al ámbito del ser aquello que aún no es. Alejandra Pizarnik, la poetisa de la orfandad, sentencia:
“Escribes poemas
porque necesitas
un lugar
en donde sea lo que no es”
Y Cristina Peri Rossi, la mujer de los talismanes poéticos; insiste, completa y recalca:
“Escribimos porque los objetos de los que queremos hablar no están.”
La escritura se opone diametralmente a la oralidad de la vida. En el escribir hay un doble acto de retención y apropiación de las palabras. Aquí el hombre se libera, se aferra a lo perdurable, improvisa una trinchera a medida frente a lo transitorio de las palabras que se dicen. Pues la oralidad responde siempre al apuro y la tiranía de lo momentáneo, en cambio, cuanto se escribe, se ordena como sacrificio y promesa de fidelidad a uno mismo; diría María Zambrano, la filósofa de los poetas.
                La mandrágora perseguida otrora es la misma que motoriza la indagación poética en nuestros contemporáneos. Hesíodo en tu Teogonía nos exhorta, en tanto que mortales, con el siguiente augurio: 
“¡Dichoso aquél de quien se prendan las Musas! […] Dulce le brota la voz de la boca. Pues si alguien, víctima de una desgracia, con el alma recién desgarrada se consume afligido en su corazón, luego que un aedo servidor de las Musas cante las gestas de los antiguos y ensalce a los felices dioses que habitan el Olimpo, al punto se olvida aquél de sus penas y ya no se acuerda de ninguna desgracia. ¡Rápidamente cambian el ánimo los regalos de los dioses! ¡Salud, hijas de Zeus! Otorgadme el hechizo de vuestro canto.”
El canto y la voz de las musas hechizan el corazón del hombre; y en esto estriba su anhelo, pues en el conjuro poético habita el consuelo para las furias que agitan en las aguas del alma. El hombre ruega a los dioses por el encantamiento del λóγος, pide que su manto lo cubra, pide su abrigo.
Volviendo, ya por nuestros lares, y en un horizonte de pampa sin frontera, tenemos al gaucho Martín Fierro apuntalando:
“Aquí me pongo a cantar
al compás de la vigüela,
que el hombre que lo desvela
una pena estrordinaria
como la ave solitaria
con el cantar se consuela.”
                El poder terapéutico de la palabra reside en su capacidad de persuadir, de embriagar; induciendo en el alma orden y desorden en sus estados y humores. Así, la poesía infunde sensaciones físicas en el cuerpo de sus oyentes. Ella no persigue la demostración de verdades ni el señalamiento de las mismas; pues la literatura contemporánea suele operar bajo el supuesto barthesiano de la “inadecuación fundamental del lenguaje y de lo real”. Porque bien lo instituye el veredicto alejandrino:“(Todo lo que se puede decir es mentira)”. A pesar de ello, la empresa literaria se erige como el legítimo producto de la porfía humana que se resigna al silencio, a las propiedades de lo inefable, y al misterio. Pero, ¿por qué? ¿Por qué el poeta insiste con el verso a pesar de su indigencia, de su flaqueza gnoseológica?
                Pizarnik respondería:
“Escribir es buscar en el tumulto de los quemados el hueso del brazo que corresponda al hueso de la pierna. Miserable mixtura. Yo restauro, yo reconstruyo, yo ando así de rodeada de muerte.”
                Y diría que el oficio del poeta es:
“Escribir como quien cierra hábilmente una herida.”
                En Alejandra Pizarnik la poesía es buscada fatigosamente como una terapia existencial abrigada en el seno del lenguaje. En este sentido, también el psicoanálisis y la logoterapia hacen uso consciente del valor de la palabra como instrumento de sanación. En Gorgias encontramos el fundamento prístino de todo esto. Volvamos a él:
“La misma relación tiene el poder del discurso con respecto a la disposición del alma que la disposición de fármacos con relación a la naturaleza de los cuerpos. Pues así como entre los fármacos, unos extraen del cuerpo algunos humores y otros, otros, y hacen cesar ya sea la enfermedad, ya sea la vida, así también de los discursos, unos causan dolor, otros, deleite, otros temor, otros provocan audacia en quienes los escuchan, mientras que otros envenenan y hechizan el alma con una persuasión maligna.”
Ya no hay retroceso, Gorgias nos exhibe al lenguaje, y éste se desiste delante nuestro como un φάρμακον: hechizo o encantamiento diminuto de alcance atroz, capaz de transportar en su invisibilidad tanto al veneno como al remedio; es la palabra un arma de doble filo. El poema no apunta a la verdad, apunta a la cura, a reunir y sanar. Alejandra Pizarnik parte del reconocimiento de una herida fundamental, constitutiva, y pone la sanación en manos del λóγος. En una entrevista responderá:
“Entre otras cosas, escribo para que no suceda lo que temo; para que lo que me hiere no sea; para alejar al Malo. Se ha dicho que el poeta es el gran terapeuta. En este sentido, el quehacer poético implicaría exorcizar, conjurar y, además, reparar. Escribir un poema es reparar la herida fundamental, la desgarradura. Porque todos estamos heridos.”
Lo más propio que podemos reconocer en el corpus pizarniano es un yo lírico que busca -con una desesperación que raya la locura- en el lenguaje el conjuro poético adecuado que apacigüe los males que aquejan a la poeta. En ella se vuelve carne el ideal surrealista de confluencia indisoluble entre vida y obra; podría incluso pensarse que la cura del padecer del artista procede de la autosatisfacción del personaje que se realiza en su obra. Y esto no es otra cosa que la metafísica de artista del joven Nietzsche; el artista como el pequeño dios salvador encargado de embellecer el trágico rostro de la existencia humana. Cito al loco de Turín:
“Reuniendo tan sólo sus fuerzas, el arte es capaz de dar la vuelta a esas repulsivas ideas en torno al carácter espantoso y absurdo de la existencia y transformarlas en representaciones que permitan al hombre vivir.”
Entonces, ante la orfandad de los días, la poeta suicida se refugia en el lenguaje para darle nombre y entidad al dolor, porque lo que tiene rostro se vuelve menos hostil, más transitable. La poesía maquilla el rostro de la nada; Susana Thénon dice que “El poema es una venturosa incursión por lo ignorado. […] algo inmortal nacido de criaturas mortales.” La poesía es resistencia frente a la lengua de lo obvio, frente a la mera vida; escribir un poema es arrojar nombres y proyectiles léxicos contra el Muro del Misterio (esto que Schopenhauer denomina como Velo de Maya) con la pretensión derribarlo, decirlo, signarlo, cifrarlo.
Dentro de la fortaleza del lenguaje, Alejandra se pregunta:
“[…] ¿quién me dará la respuesta jamás usada?
Alguna palabra que me ampare del viento,
alguna verdad pequeña en que sentarme
y desde la cual vivirme,
alguna frase solamente mía
que yo abrace cada noche,
en la que me reconozca,
en la que me exista.”
Es esa inefable desgarradura la que instiga a los mortales a adentrarse en el “palacio del lenguaje”, a buscar la persuasión, una trinchera en la que morar, o las fantasías necesarias con las cuales poder tolerar la densidad de los días. La poesía es una soga que arrojamos a “la tierra más ajena”, ese ámbito de lo Otro con mayúscula, desesperados de que el lenguaje sea un “a puertas cerradas”, de que la orilla de las cosas no comparta aguas con la orilla de las palabras. De modo que el poeta no define ni afirma ni demuestra, tan solo señala, indica, alude, evoca, dice y no dice.  


Juan Papasidero

martes, 10 de julio de 2018

Salida teatral: "La Tempestad" de William Shakespeare


El miércoles 13 de junio, los alumnos de la carrera de filosofía, su cuerpo docente y algunos ex-alumnos,  realizaron la tradicional visita de todos los años a las librerías de la calle Corrientes. Para luego, asistir a la puesta en escena de un clásico shakespeareano como lo es "La Tempestad", en el complejo teatral San Martín. 
A continuación, dejamos algunas fotos para el recuerdo:







miércoles, 4 de julio de 2018

240 años de una misma partida para dos adversarios

La Ilustración y la vida quisieron reunir dos talantes tan fogosos como contrapuestos. 
La Ilustración los convocó en torno a su compleja heterogeneidad que evidencia cómo un movimiento que se extiende en el tiempo y las generaciones puede cobijar pensamientos disímiles. La vida los hizo contemporáneos y los llamó a su presencia con apenas un mes de diferencia. 
Fueron intelectuales polémicos, populares, libertinos, escritores apasionados. Fueron hombres arrojados a un tiempo que ellos mismos contribuyeron a convulsionar. 
Jean J. Rousseau asumió la voz de la igualdad, confió sus fuerzas a una naturaleza que siempre entendió en el marco de un optimismo extremo. Preparó la Revolución Francesa en sus fundamentos filosófico-políticos y sentó las bases de los diversos socialismos que florecieron en el siglo XIX. 
Voltaire (seudónimo famoso con el que la historia conoció a François-Marie Arouet) abogaba por las mismas libertades contra los tradicionalistas -con las que podría concordar Rousseau-, pero fue un mordaz crítico de su pensamiento socialista. Voltaire no podía aceptar una idílica naturaleza que se encargaba de destruir en un terremoto a la ciudad de Lisboa. No acepta el optimismo irracional del pre-romanticismo de su adversario y tampoco el igualitarismo, en el que veía una forma de reducir al hombre a la simple condición de bestia. 
Según la tradición Voltaire es el que denunció a Rousseau de haber dejado a sus hijos en un hospicio. Sus vidas intelectuales en buena medida fueron marcadas por respuestas cruzadas de una rivalidad perdurable. 
Voltaire falleció el 30 de mayo de 1778. Rousseau, que era 18 años más joven, lo siguió el 2 de julio del mismo año. Se cumplen 240 años de sus partidas. Un misterio o los caprichos de un destino insólito han hecho que ambos pensadores estén sepultados muy cerca el uno del otro en el Panteón de París. 

Voltaire (1694-1778)














(Jean Jacques Rousseau 1712-1778)








Prof. Ignacio Leonetti