miércoles, 29 de agosto de 2018

Testimonios de alumnos II



Hace unos años, cuando todavía iba al secundario, al entrar a mi primera clase de filosofía no sabía que esperar. Apenas si tenía noción de quien fueron Platón y Aristóteles, y ni siquiera conocía a Sócrates, por ejemplo. A medida que pasaba el tiempo y las clases, las cosas que me explicaban en esta materia me sorprendían y atrapaban cada vez más, sin tener claro si era la forma de explicar de mi profesor o si realmente me interesaba lo que explicaba. Al terminar el secundario estaba en un gran dilema que quizás muchos de ustedes tuvieron: ¿qué carrera elegir?. Al final me decidí por Informática, y a las pocas clases ya identifiqué algo que había visto el año anterior en filosofía: la lógica. Toda la informática, básicamente, se basa en la lógica. Por cuestiones familiares, tuve que mudarme a nuestro país vecino Uruguay y no seguí la carrera. Al empezar el siguiente año, tuve otra vez aquel dilema. Supe salir de él eligiendo cursar Bellas Artes, y como si me persiguiera, de nuevo veía cosas relacionadas a la filosofía que me enseñaron el la secundaria: miradas filosóficas de distintas épocas sobre el arte. Al terminar el año y hacer un balance, me decidí; me dispuse a estudiar el profesorado de Filosofía. Me comuniqué con mi antiguo profesor (formamos una buena relación al terminar el colegio) y le comenté del asunto. Primero nos pusimos al día, charlamos de diversos temas y después de un rato le comenté lo que me había propuesto. Se puso muy feliz y me recomendó lugares para que vaya considerando algunos a los que podría ir. Admito que esto quizás es más tirarme de espaldas a una piscina que no sé si tiene agua o no, pero siempre sentí que me llenaba influir positivamente en los demás, y siempre vi a la enseñanza como una gran influencia positiva; y como comenté antes, la filosofía siempre me atrapó, a pesar de los prejuicios de la sociedad, y hasta sentí que me daba señales (¡no se rían!). Si me dejan darles un consejo; nunca es tarde para hacer lo que a uno le gusta, nunca es tarde para buscar aquello que Aristóteles definió como el fin último del hombre: la felicidad.

Agustín Ferreyra
________________________________________________________________________



Hoy en día se cuestiona cada vez más la calidad de la formación docente, y se critica ampliamente la decisión de ser profesor. Hay quienes eligen esta carrera no por elección propia, sino por descarte, por el decir "no me queda otra", y trabajan sin amor a lo que hacen.
Un simple motivo para ser profesor es, por vocación. El tener la convicción de que podemos cambiar realidades y hacerlas más favorables para quienes sale a la vida. Incluso es el saber que podemos dejar principios y valores en alguien.
¿Será una buena elección? Ser profesor hoy, no es solo enseñar, sino acompañar y motivar para cosas futuras.
Por estos motivos es que yo elegí esta carrera, para poder dar mis conocimientos, escuchar nuevas ideas y acompañar a cada alumno como alguna vez lo hicieron conmigo.
En un futuro, espero estar acompañando a muchos jóvenes, enseñarles a ser siempre más y superarse día a día. Incentivarlos, diciéndoles que nunca es tarde y que todos tenemos la capacidad para realizar cualquier meta que nos propongamos.

Abigail Nuñez
 1° año del Prof. de Psicología

miércoles, 15 de agosto de 2018

En torno a lo poemático

Susana Thénon dixit: “El poema es una venturosa incursión por lo ignorado.”[1]; aquí nos detendremos. ¿Qué es el poema entonces? Una incursión, un adentrarse, un internarse. ¿Y cómo es ese tránsito? Venturoso, borrascoso, tempestuoso, con la promesa siempre inminente del vendaval. ¿Pero hacia dónde se dirige en su marcha? Eso nos es desconocido, tan solo sabemos que va como en puntitas de pie sobre lo ignorado, pisando e improvisando camino sobre lo inconocido. Carece de fondo claro porque su horizonte mismo nos es materia oscura; el poeta va como a tientas, cual ciego cuyo lazarillo no es otro que el lenguaje mismo, como quien se aferra a las palabras para no hundirse en el abigarrado océano del poema. Coincido con la poetisa: en el poema prima el movimiento, un deambular que va del aquí al allá. Todo ente poemático es un derrotero, un abrirse camino entre lo inexplorado, sed de conquista. ¿Y qué es lo que se detenta? Se persigue el allá, espacio de lo inaccesible, “la tierra más ajena”[2], diría Pizarnik. El verdadero poeta es el que se reconoce llamado a ir por lo que no le pertenece. Su misión es develar debelando, como quien se entromete o ubica dentro de lo no correspondido al dominio de lo humano (pensemos en la razón teorética kantiana que en porfía insiste frente a la ilusión trascendental), en donde su quehacer no puede ser cosa otra que polémico, enfrentamiento sin tregua. A propósito del oficio del poeta, Juan Gelman escribe: “quién me manda a pelear con la gramática, / maldecirme de noche, rechinar / fieramente, negarme, renegar, / gemir, llorar…”[3]. Es a esto a lo que me refiero. Sucede que el filólogo escriba no se contenta con el límite, tiene por anhelo y ambición todo aquello que lo excede, lo mismo por lo que el hombre busca trascendencias. El poeta tampoco se contenta con lo que ve, por eso exprime y obliga a las palabras a decir lo que no dicen, a signar lo que no está acá, a nombrar el reino de lo que yace más allá. En este sentido, toda verdadera poesía es metafísica, porque tiene por afán obviar la frontera de lo inminente y desea con frenesí improvisar una trinchera lingüística más allá de lo inmediato (esto rinde cuentas de la inactualidad del discurso poético que señalara Alicia Genovese[4], en un mundo sitiado por la inmediatez con que los discursos y la información exigen ser procesados, pues así lo demandan las leyes del consumo de las mercancías en el escenario de este capitalismo tardío al cual asistimos. Contrariamente, es condición del poetizar y de su lectura la mediatez, la inhabitación, el demorarse. Entrar al poema es como ingresar a un templo: hay tiempos, ritos, sacrificios, introspección. El poeta debe de ser un pontifex, porque todo poema se ofrece y se pretende como un puente; Thénon dice: “El poema es el puente que une dos extremos ignorados.”[5]). La cosa poética ubícase por fuera del ámbito de la experiencia posible; de aquí el descontento que padece todo escribiente, que es motor y alimento de su reincidencia en la escritura, de su persistencia, esa porfía. Kant culmina su Crítica aseverando la imposibilidad de la metafísica como ciencia, ergo, la imposibilidad de la poesía como ciencia, porque igualmente su objeto es aespacial y atemporal, inexperienciable, metafenoménico. La poesía se sirve de lo concreto tan solo como imagen y recurso para decir algo acerca de lo intangible.
La proposición séptima que clausura el Tractatus logico-philosophicus de Wittgenstein sentencia: “De lo que no se puede hablar hay que callar.”[6], porque dentro del mundo, que es la totalidad de los hechos atravesados cartesianamente por la espacialidad y la temporalidad, no es posible decir algo sobre el sentido del mundo, como si uno estuviese fuera de él, abstraído de la cadena causal que une a todo lo condicionado; pero esto no impone su inexistencia. En la proposición 6.522 leemos: “Lo inexpresable, ciertamente, existe. Se muestra, es lo místico.”[7] El vínculo entre la poesía y la mística ha sido más que fecundo a lo largo de la historia, especialmente en la tradición española, donde San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Ávila y Fray Luis de León, destacan como pequeños epicentros de verdad revelada. Pero aún por sobre la mística en particular, y extendiendo su principio a todo el arte poético, quien se descubre convocado por la poesía no se resigna al silencio que pide lo indecible. Fruto de una venturosa incursión por la ajenidad de la tierra en que habita lo inexpresable, emerge el poema, y en él, lo poético o poemático residirá -pienso-, en su carácter místico. En donde el lenguaje se encuentre sometido al desvelo de mostrar o señalar aquello de lo que nada deberíamos de poder decir, por no ser ello materia del lenguaje en primer término. Si esto no es declararle la guerra al λóγος, no sé entonces qué lo será. 
Un poeta es como un farolero que, adivinando el camino o la huella en medio de la noche, va encendiendo velas en la oscuridad, como quien deja en el frío pequeñas trincheras de calor. 

Juan Papasidero



[1] Susana Thénon, La morada imposible
[2] Alejandra Pizarnik, Poesía completa
[3] Juan Gelman, Violín y otras cuestiones
[4] Alicia Genovese, Leer poesía
[5] Susana Thénon, La morada imposible
[6] Ludwig Wittgenstein, Tractatus logico-philosophicus
[7] Ludwig Wittgenstein, Tractatus logico-philosophicus

martes, 14 de agosto de 2018

Ayudemos a salvar


Mediante estas fotos queremos acercarle al público nueva información hacia aquellas futuras madres y a vos también. Partiendo de la premisa de que son dos vidas, les brindamos opciones y contención. 
Sabemos que los seres humanos debemos constantemente elegir, por lo tanto, sepamos también que nuestro desarrollo y felicidad depende también de lo que decidamos. 

{La paciencia es la fortaleza.}




miércoles, 1 de agosto de 2018

A 80 años de La náusea



Jean Paul Sartre escribe La náusea un año antes de la Segunda Guerra Mundial. Será entonces una versión novelada de su filosofía que según los dichos de Simone de Beauvoir en “La plenitud de la vida”, el autor “quería expresar bajo una forma literaria toda una serie de verdades y sentimientos metafísicos”. Se convertirá en la obra que transmite el núcleo básico del pensamiento de dicha época. Coloca en las palabras de Roquentín, el protagonista, una serie de planteos sobre la existencia, una historia de fracasos y de vida sin sentido. Dicho personaje concibe su propia vida como nauseabunda, algo irremediable que lo angustia y al mismo tiempo lo obsesiona. Desea escribir la crónica de un viajero llamado Monsieur Rollebon quien va a vivenciar una serie de circunstancias difíciles Solo el hecho de pensar en una vida oscura, inútil y dolorosa lo enferma. Una existencia vacía, sin rumbo, que proviene y vuelve a la nada. Se convertirá dicha obra en una meditación sobre la contingencia, lo que puede ser y no ser, algo que revuelve el estómago de cualquiera. J 2 Y finaliza esta obra con las siguientes palabras: “Y la gente leería esa novela y diría: la escribió Antoine Roquentin, era un individuo pelirrojo que se arrastraba por los cafés; y pensarían en mi vida como yo pienso en la de esa negra: como en algo precioso y semilegendario. Un libro. naturalmente, al principio sólo sería un trabajo aburrido y fatigoso; no me impediría existir ni sentir que existo. Pero llegaría un momento en que el libro estaría escrito, estaría detrás de mí y pienso que un poco de su claridad caería sobre mi pasado. Entonces quizá pudiera, a través de él, recordar mi vida sin repugnancia. Quizá un día, pensando precisamente en esta hora, en esta hora lúgubre en que espero, con la espalda agobiada, que llegue el momento de subir al tren, quizá sienta que el corazón me late más rápidamente, y me diga: fue aquel día, aquella hora cuando comenzó todo. Y llegaré —en el pasado, sólo en el pasado— a aceptarme.” La existencia es un cúmulo de fracasos, al igual que el intento fallido de escribir dicho libro, ya que es imposible escribir sobre otro si antes no se asume el pasado. Y cómo éste nada es, todo queda en la nada.


Colaboración de la Prof. Flabiana Rodera