En noviembre se cumplirán 710 años del fallecimiento del fraile franciscano escocés Juan Duns (1266/74-1308).
En el contexto de nuestros círculos filosóficos en los que aprendemos la recta doctrina de Santo Tomás de Aquino, resulta un desafío posicionarse en el lugar de Duns Scoto. Con su admirable perspicacia, presentó un camino distinto y –acaso- arriesgado respecto del pensamiento de Tomás. Su brillantez le valió el apodo de “Sutil” y el amor por la verdad lo condujo por las sendas de un pensar intimista.
En materia filosófica, Duns Scoto no puede integrar intelectualmente el esfuerzo de Santo Tomás por la participación de Dios en este mundo. En otras palabras, al fraile franciscano le cuesta aceptar el acompañamiento complementario entre fe y razón. Por ello, prioriza la fe en la dinámica que el hombre mantiene con lo sobrenatural divino. De esta manera no se trata tanto de entender el ser y el obrar de Dios sino más bien de aceptar lo que su santa voluntad dispuso.
Este será el camino que señale toda forma de entender la realidad. Como la preocupación de Duns Scoto consistía en salvar la individualidad, encontró en la voluntad una forma de lograrlo puesto que esta capacidad concentra el acto cognoscitivo de la inteligencia en la realización de su particular. Las consecuencias de buscar el primado de la voluntad por sobre la inteligencia obtuvo dispares resultados y consecuencias a lo largo de los siglos posteriores al autor, y la modernidad –en buena medida- le es deudora a Duns Scoto de su visión voluntarista de Dios y del mundo.
Por otra parte, Juan Duns Scoto nos deja dos interesantes consideraciones teológicas: primero que al concentrarse en la voluntad, ha sabido poner en el centro de su testimonio la realidad del Amor de Dios como centro de la vida de la fe. Segundo, fue un apóstol incansable de la Inmaculada Concepción de María. Sus investigaciones teológicas y bíblicas al respecto cobraron frutos varios siglos después cuando en el siglo XIX fuera declarado Dogma de Fe y le valieran a él para que en 1993 fuese beatificado por el papa San Juan Pablo II.
Prof. Ignacio Leonetti
