sábado, 12 de mayo de 2018

Fiodor Dostoyevski


A 150 años de El idiota de Fiodor Dostoyevski. 

En escritores de obras inmensas, en su extensión como en su hondura, una novela, suelta, pareciera perderse. Sobre todo, cuando otras han alcanzado un grado de difusión y aprobación muy altos a lo largo de la historia. 
Pero es bueno recordar aquí que las obras de Dostoyevski, en su tiempo, fueron publicadas en un periódico en entregas sucesivas y gozaban de cierta popularidad entre los lectores. 
El idiota, el príncipe Liov Nikoláyevich Mischkin es a la vez una proyección del quien escribe la novela y de la luminosidad de la santidad, que en la tradición ortodoxa rusa, muchas veces aparece bajo este ropaje de debilidad y minusvalía, los “locos de Dios”, constantemente aportan la prueba de que “lo que para el mundo es necio lo escogió Dios para avergonzar a los sabios.” (1 Cor. 1,27)[1]
El relato nos muestra a un ser luminoso y frágil que vuelve de una clínica Suiza a su Rusia natal, aparentemente curado de su epilepsia, pero no de su idiotez, que es el signo de su condición natural ante lo que todos reaccionan con aparente simpatía. 
Pero se encuentra con una realidad que no conoce, que lo perturba y desafía. Se encuentra con las manifestaciones mas torpes y más luminosas de la naturaleza humana, en crudo. Su corazón de niño simpatiza con aquellas vidas sensibles, espontáneos, capaces de pecado y también del amor mas sublime: Un general desdichado, dos borrachos con un humor benévolo y contagioso, el pícaro Keller y, entrando ya en los personajes fundamentales de la novela, Rogochin, un hombre impulsivo, pasional, capaz de amar hasta el crimen. 
Dos mujeres forman parte de la trama, la dulce e inocente Aglaya Ivánova que quiere dejarse llevar por sus impulsos románticos, generosos y absurdos a la ve; y Nastasia Filippovna, la cortesana que arrastra una vida cargada de experiencias violentas y dolorosas, una Magdalena que busca su salvación de último momento. 
Rogochin desea a las dos, busca con curiosidad el consejo en ese personaje extraño que es el príncipe Mischkin, su transparencia y dulzura lo intrigan, pero no pueden alcanzar a contener la pasión que se precipita en el asesinato de Nastasia Filippovna, pero pueden finalmente penetrar, redentoramente en su conciencia desdichada. 
El idiota es la contracara de Raskólnikov, el intelectual trastornado de Crimen y Castigo. Aunque ésta obra es posterior a la que comentamos, no cabe duda que allí juegan los extremos en los que el pensamiento de Dostoyevski juega metafísicamente: el santo y el cínico racionalista. Uno es capaz de redimir desde su simpleza e inocencia, el otro necesita ser redimido, pagando las culpas de su propia presunción. 
Nos cuenta el prologuista de la obra que cuando Dostoyevski terminó de escribir El Idiota, se enteró que su esposa estaba nuevamente embarazada, (una hija anterior había fallecido con poco tiempo de vida), la felicidad de una doble creación. “El idiota se fue publicando a medida que su autor lo iba escribiendo, en el “Noticiero Ruso” de Kátov (el editor), el cual abonaba a Dostoyevski 150 rublos por folio. Al terminarse la publicación de la obra, el novelista quedaba debiendo al editor 2.000 rublos, que había de enjugar con los derechos de su próximo manuscrito. Fiodor tenía siempre, felizmente para sus lectores una deuda con la caja del editor y con el arte.”[2]
Nuestra deuda con el arte es la lectura de esta gran obra y de este luminoso escritor que no sólo ha aportado a la literatura, sino que también, y quizás, sobre todo, nos ha obligado a pensar la naturaleza humana en toda la crudeza, violencia y luminosidad. 

Colaboración del Prof. Pablo Martinez 

[1] Tatiana Góricheva; La fuerza de la locura cristiana. Mis experiencias. Barcelona, Herder.1987. P. 64
[2] Rafael Cansinos Assens en Dostoyevski, Obras completas Tomo II Aguilar. Madrid. 1966. Pag. 506

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