miércoles, 18 de abril de 2018

Fragmentos Citadinos



– Jamás lo entenderías – dijo; con todo el aire de resignación que en su cuerpo cabía, con toda la decrépita fuerza de su anciano dolor, con su templado mar de ausencias agitando y abigarrando furias desconocidas en alguna parte de su improvisado rincón de dudas, con la apretada certidumbre del deber acariciándole el pánico, con cada esbirro de su resistencia ya ganada ya librada ya perdida. Aun así, fue eso todo lo que dijo o pudo decir. 

Lo miró. Mientras ensayaba perdones que no conocía, palabras de las que no disponía. Mientras él solo atinó a permanecer en su redonda nada de espectador ajeno. Ella, sin saberse cómo, por qué o hasta dónde, se readueñó de sus pies callados. Encendió el paso, se encaminó rumbo a la puerta. Y mientras el verano de la tarde estallaba de sucesivos calores sin tregua ahí afuera, mientras todos-los-que-no-ellos desfilaban con prisa por el mundo de las calles en cadena alimenticia, mientras todos los demás departamentos de todo el edificio se incendiaban de sudorosa humedad porteña, mientras todos los escrúpulos de moral alguna eran ignorados en silencio o barridos bajo las alfombras de la ciudad, él renovó su voto de nulidad, su arranque nihilista de hombre de carencia, y ella abandonó la puerta, la escalera, el edificio, la calle, el mundo poco antes conocido, mientras la ciudad entera seguía masticando un desinterés total, mientras las quince horas en toda la república… 

Juan Papasidero

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