lunes, 4 de diciembre de 2017

El resplandor


Sentirse vivo solo depende de un instante o de un segundo. Mañana seré más pobre que hoy, andaré por las calles con menos instantes en el bolsillo. Nunca supe hacer caso al consejo de mi abuelo: “más vale pedir perdón que pedir permiso”. Mientras pensaba en eso y caminaba, me preguntaba adónde habrán ido a parar todos esos segundos que alguna vez olvidé usar. ¿Dónde va el tiempo cuando el olvido invade? ¿En qué noche duerme el pasado su silencio interminable? Si un recuerdo es olvidado ¿sigue existiendo en algún sitio?
Todo me lleva a creer que somos como el fruto maduro que acabará por desprenderse de aquel árbol; ya que mientras él continuará existiendo en su espacio-tiempo indefinido de vida vegetal, nosotros seremos apenas algo parecido al recuerdo de un recuerdo. ¿Cómo hacer para continuar viviendo si he descubierto la miseria del tiempo? - pensé.
A veces tantos insultos e injurias me provocan sordera, se me nubla la vista con tantos desastres, y todo se vuelve tan frío que ni mis manos tienen ganas de sentir. Pero siempre está aquél órgano motor, costado del hombre o centro de la mujer, que me recuerda con sus latidos que aún sigo en la vida. Que soy parte de los que viven con los ojos puestos en el mañana, que la existencia empuja a lo viviente indefectiblemente hacia adelante. Que aunque retroceder sea mi único deseo, es a la vez mi única imposibilidad. 
En resumidas cuentas: vivimos, sentimos, y morimos. Cada paso, hecho, dato, lugar o circunstancia es un vivir para morir porque todo comienzo tiene final. Entonces una vez habiendo comprendido esto, la nada invade cada poro de mi piel, cada arruga de mi cuerpo, hasta lograr cubrir todo mi ser. Finalmente asisto a la ceremonia del vacío, y mi cuerpo se cubre de ausencias necesarias. Decir nada o decir vacío es decir incertidumbre, huecos que nunca serán llenados. De repente caigo en el hallazgo; no hay más misterio me dije: ¡nacemos para vivir, y vivimos para morir! 
Todos los días de mi vida amanezco anclado a la orilla de la pregunta: ¿Qué es todo esto? ¿Por qué es lo que hay? ¿Hacia dónde es que hay que ir? ¿Por qué todo es confuso, turbio, poco claro, claroscuro? ¿Por qué necesito que haya un porqué, un orden, un sentido, una chispa que prenda todo lo demás? La vida, el amor, el día, el tiempo, la soledad, la noche, la muerte, es siempre un porque sí ó un porque no. 
Entonces, si el presente es algo relativo al pasado y al futuro, ya no quiero ver más el mundo con los ojos del presente. Siempre, en todo momento, o mejor dicho, en cualquier circunstancia, siento que me siguen los pasos y las huellas de lo que hice, de lo que me hicieron. He visto esto en otros lados, lo he contemplado cientos de veces: todo se resume al tic-tac que marca el acercamiento de la vejez, y la huída de mi último suspiro. 

Julieta Arredondo y Juan Papasidero

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